Estoy segura de que toda mujer que esta intentando ser madre tiene como mínimo un cajoncito del dolor. Para las que no entendáis que digo o penséis que me estoy volviendo loca… Me refiero a ese lugar donde guardáis como poco ese chupete del que os enamorasteis un día y comprasteis diciéndoos “para cuando mi peque llegue”, otras llegamos a niveles más profesionales y tenemos el chupete, ropita de cuando
nosotras éramos pequeñas, puede que un juguete o babero…
Este cajón al principio es super tierno y cuando estamos en plena fase lútea o tenemos una falta lo abrimos y nos sumergimos en el mundo de los sueños, en el de “quizás si”… fantaseamos con usar todas esas cositas con nuestro retoño, meterlo todo en la maleta para cuando vayamos al hospital... lo cierto es que no deseamos nada más, pero hay un problema y es que cuando la fase ótea termina con la visita de la Tía Flo (si, al parecer la llaman así, yo no tenía ni idea) ese armarito se vuelve una fuente de dolor, parece que no haga más que recordarnos que la meta aun no está a la vista.
Cuando ese sitio lleva mucho tiempo atormentándonos a veces se nos cruzan por la cabeza ideas un poquito radicales. No finjáis, a todas se nos a pasado por la cabeza abrir la ventana y tirarlo todo. Es difícil pero eso sería dejarnos vencer. En estas ocasiones lo mejor es pensar que hemos perdido una batalla, sí, pero aun queda mucha guerra y nosotras somos luchadoras incansables. Esos objetos terminarán formando parte del sin fin de cosas de nuestros bebes que desbordarán nuestra casa, al final ni recordaremos cuando cabían en un solo cajón.
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